jueves, 18 de junio de 2009

Paredes de Ladrillo: 22 años

Y ahora yo voy de regreso, con un ticket en mano y todos mis papeles en orden. De Palestine a Austin y de Austin a Corpus, para después tomar el avión.

Tengo 2 años posponiendo este viaje, el primer pretexto fue que tenía que presentar un ensayo que sintetizara las tres temáticas del curso que tomaba sobre cine y estereotipo. Demasiado buena aquella tarea como para dejarla pasar, así que decidí retrasar una semana más mi salida.

Después los pretextos se volvieron cada vez más extraños. La puesta de sol sobre el puente con los millones de murciélagos volando sobre mi cabeza hubiera sido uno bueno, sin embargo siempre me conseguía las evasivas más absurdas, que incluían pasar las tardes viendo programas sobre los 50 divorcios más caros de las celebridades y sentarme en el estacionamiento del seven/eleven durante horas, sin hacer nada.

Lo alarmante de esta situación era que no podía disfrutar plenamente de aquellos momentos, tan puros en su naturaleza, pues en lugar de asombrarme por aquellas tragedias de las vidas de los famosos que tanto morbo producen entre la gente, simplemente me tiraba ahí en mi cama, con la televisión encendida, para escuchar repetidamente en mi cabeza, que:

La actualidad, la mundialización y el poder, son hechos de la modernidad enquistada en la idea de ‘democracia’.

Me reprimía constantemente por haber votado. No debí haber hecho caso de los raperos que me decían que era una obligación moral, muchos menos debí haber hecho caso de mis padres, que además de bombardearme con sus ideas de izquierda latinoamericana a la hora de la comida, tenían el descaro de mandarme a sacar la basura, con los pretextos de que, está en los actos menores toda raíz revolucionaria.

Mi pito, me ponía a pensar. Si quieren revolución y cambio de actos, mejor mudémonos con el tío menonita que tenemos en chihuahua y trabajemos duro en los campos de manzanas para hacer jugo y tartas.

A ver si eso no es revolucionario.

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